Fecha: 20 diciembre, 2021

Se odiaban a muerte… eran tan españoles que no podían verse unos a otros… se envidiaban los éxitos, la fama y el dinero. Se despreciaban y zaherían cuanto les era posible. Se escribían versos mordaces, insultándose. Eran unos hijos de la grandísima puta casi todos… Pero eran unos genios inmensos, inteligentes. Los más grandes. Ellos forjaron la lengua magnífica en la que hablamos ahora”. (A. Pérez Reverte). Esto es España. Somos nosotros. Aunque el autor de la cita se está refiriendo a nuestras más excelsas glorias literarias, Quevedo, Lope de Vega, Cervantes, Góngora…, de ahí para abajo la cosa tampoco mejora. Debemos ser portadores de algún gen inmutable que nos distingue de entre todo el repertorio de sapiens que pululan por la Tierra. Algunos ya se dieron cuenta hace dos mil años: “Los hispanos son guerreros muy valientes, pero con un gran defecto: cuando no tienen un enemigo externo contra el cual luchar, ocupan su tiempo en pelearse entre ellos” (Pompeyo Trogo). Y abundando en ese gen que se mantiene impertérrito así que pasen los siglos, Napoleón también se extrañó de esa obstinación contumaz de los hispanos: “A los españoles les gusta renegar de su país y de sus instituciones, pero no permiten que lo hagan los extranjeros”. Y esto, que venía siendo cierto, parece que con el tiempo quiere venir a cambiar, y hoy ya no nos une el enemigo extranjero; de forma tal que cualquier ataque externo nos parece bien y lo bendecimos, siempre y cuando perjudique a los que no son de nuestra cuerda, o contribuya al hundimiento del gobierno; y si a pesar de todo, el gobierno no cae, ya pasamos a renegar de España. Ya hay españoles que no quieren ser españoles. No incluyo aquí a los que nunca quisieron serlo, que eso es de otro negociado. Me refiero a los apóstatas sobrevenidos que no aceptan una España que no esté hecha a la medida de su escala de valores, y desean “hacerse” de otro país más cool, si es posible, con alta renta per cápita. Pero creo que esto no funciona como lo del chiste de “Aceros de Llodio”, como tuvo ocasión de comprobar Nuria Güell, de vocación apátrida, al dirigirse a la administración del estado para darse de baja. “No, usted no puede quitarse de ser española; no lo permite el reglamento”, fue la respuesta. Tal vez podamos pensar que tanta desafección nos pueda llevar hacia la autodestrucción. Pero no hay motivo de preocupación: “España es el país más fuerte del mundo. Los españoles llevan siglos intentando destruirlo y no lo han conseguido”. (Otto Von Bismarck). Visto desde fuera, esta pulsión masoquista es difícil de entender. Así que cualquier foráneo que intenta comprendernos, en general, fracasa. Sirva la triste conclusión de Amadeo I, el rey extranjero que quiso servir a España y lo tuvo que dejar por imposible: “Todos los que con la espada, con la pluma o con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles”. Al marcharse, se lamentaba: “¡Io non capisco niente; siamo una gabbia di pazzi!” (¡No entiendo nada; esto es una jaula de locos!). Podría concluirse pues que ese afán por destruirnos unos a otros se resume en un acuerdo común en demoler la nación. Es conocido el dicho aquel de que si alguien habla bien de Francia es un francés, pero si habla mal de España, ese es un español; no en vano, la denostada “leyenda negra” sobre nuestro país fue en parte fraguada por algún español despechado. Este no fue otro que Antonio Pérez, secretario de Felipe II, que como un Puigdemont cualquiera, se dedicó desde el exilio a hablar mal de los castellanos, seres malignos, arrogantes, perversos, tiranos y traidores, ofreciendo todos los argumentos que buscaban holandeses e ingleses para montar la mayor guerra de propaganda antiespañola que conocieron los siglos, bien adobada con las exageraciones del fray Bartolomé de las Casas sobre la conquista, que no perdieron ocasión de ilustrar con grabados como los de Theodor de Bry donde los españoles asaban indios a la parrilla para comérselos como como suculentos lechazos.

La realidad hoy es que seguimos siendo víctimas de esa leyenda negra; nuestra autoestima está muy baja. La encuesta del Real Instituto Elcano realizada entre europeos muestra que los españoles nos vemos como un país corrupto, débil y pobre; sin embargo, los europeos nos ven como un gran país, y nos atribuyen mejor valoración que a Francia, Italia o Reino Unido.

Dicho todo lo anterior, y a pesar de ello, hay un consenso paradójico: España es el mejor país del mundo para vivir; porque, como dijo aquel ínclito presidente: “Los españoles son muy españoles y mucho españoles”. (Tal vez no sepan quien pronunció esta sabia aseveración, pero seguro que lo sospechan…).