Fecha: 17 diciembre, 2019

Tras las repoblaciones de pinos de los siglos XV y XVI, Laguna se vio obligada a velar por una explotación regulada de sus bosques ante la amenaza de los furtivos

El hecho de que los pinares estén presentes incluso en el propio escudo y bandera de Laguna de Duero da una idea de la importancia que han tenido, para el municipio, durante siglos. En concreto, en el emblema lagunero figuran cinco pinos en representación de sus cinco pagos de pinares: Solafuente, Valles, Castillejo, Valdelimón y Antequera. En contra de lo que pueda pensarse, nuestro entorno no siempre estuvo plagado de esta especie arbórea, sino que fue allá por los siglos XV y XVI cuando, a través de una reforestación artificial, los pinos desplazaron al roble y la encina. Lo hicieron al ser esta una especie más rentable, la cual ofrecía una solución rápida para repoblar los campos que habían quedado yermos por la gran demanda de madera de la corte y los nobles de la capital vallisoletana. De esta manera, pronto Laguna pasó a convertirse en una aldea verde, ubicada en los márgenes de la célebre Tierra de Pinares.

Pese al rápido crecimiento de los pinares, las talas furtivas seguían esquilmando los bosques, debido a la gran demanda de madera, lo cual obligó, ya en el siglo XVI, a prohibir la tala salvo licencia expresa. La medida, dictada por el concejo de Valladolid, afectó a los pinares de Laguna, donde los guardias se vieron obligados a proteger una enorme plantación de pimpollos día y noche. A pesar de todas las medidas, los furtivos seguían tratando de ganarse la vida con la tala, al ser la mayoría de ellos personas en riesgo de pobreza y sin ningún otro medio de subsistencia. Sus constantes fechorías llevaron, incluso, a a las autoridades, a realizar una gran “redada” en busca de leñadores furtivos. Así, en 1518, se registraron una gran cantidad de casas de campesinos, para saber si ocultaban madera de pino.

Años más tarde, el Conde de la Oliva llegaría a convertirse en el mayor propietario de pinares de Laguna, y cedió su renta en 1701 a Inés Calderón, religiosa de Porta Coeli, quien vendió la madera de sus pinos hasta provocar de nuevo una situación de deforestación. Ante el mismo problema se dictó, en 1717, una veda para proteger los pinares. Así, se imponían diversas penas a fin de permitir la recuperación de los bosques. En estos ya convivían el pino negral (resinero) y el albar (piñonero), dando pie al desarrollo de numerosos oficios. En primer lugar, la explotación de las piñas estaba regulada, ya desde el siglo XVI, cuando Mateo de Paredes pagó al concejó la suma de 18.000 maravedís para hacerse con este derecho de explotación. Así, hasta que, en el pasado siglo, la familia de Agapito Sanz, llegada desde Pedrajas, pasaría a la historia como la última en vivir de este oficio en Laguna. Hasta 10.000 piñas llegaban a almacenar cada temporada, comercializando un piñón de enorme calidad.

La explotación de la madera también estaba regulada por el municipio, mientras que la resinera no llegó a la localidad hasta los años setenta. Todas estas labores fueron perdiendo su sentido a finales del pasado siglo. El enorme esfuerzo que suponía en base a una rentabilidad limitada y el emergente desarrollo industrial acabaron con estos oficios antiguos, al tiempo que dejó de hacerse necesaria la presencia del guarda de campo. La explotación controlada de estos recursos favorecía, en muchos casos, el cuidado y la limpieza de los pinares, a fin de respetar la producción de años venideros. En la actualidad el aprovechamiento de los pinares de nuestro entorno se limita al relacionado con el ocio y el turismo, con la vista puesta en el reto de mantener el cuidado del Medio Ambiente.

Piñeros

Existen referencias históricas del derecho municipal de recogida de la piña desde 1576, la cual se realizaba por subasta. Estas labores se extendían desde noviembre hasta febrero, realizándose con la ayuda de escaleras y varas de hasta tres metros de altura. Al llegar junio, las piñas que se habían recopilado perdían la humedad y se abrían, liberando sus semillas, las cuales siempre han estado muy cotizadas. Entonces se trasladaban estas, en carros, hasta los almacenes de Pedrajas, enclave tradicional del negocio piñonero. Para preservar las piñas de años venideros, los pinares se cuidaban mucho. La calidad del piñón lagunero era muy reconocida.

Leñadores

La tala y explotación maderera fue, históricamente, practicada por las familias más necesitadas en períodos difíciles. A menudo se realizaba de manera furtiva, amparándose los leñeros en la oscuridad de la noche. La profesionalización del sector maderero en Laguna llegó con la puesta en marcha de un aserradero, cuyos últimos gestores fueron los hermanos Gago, ya en los años cincuenta del siglo pasado. En este se utilizaban troncos de cortas subastadas por el Ayuntamiento para la elaboración de tablones, traviesas para uso ferroviario, palés o cajas de fruta. El viejo aserradero de Laguna llegó a emplear a más de una decena de trabajadores, moviendo hasta tres mil toneladas de madera, si bien acabó desapareciendo antes del final del siglo pasado.

Guarda de campo

El responsable de proteger los bosques de la tala indiscriminada de furtivos tenía orden de requisar las hachas de los infractores, ya que normalmente eran personas en casos de extrema necesidad que no podían hacer frente a sanciones. Esta figura existió hasta los años setenta del siglo pasado, haciéndose necesario que fueran armados con pistola y acompañados de un perro pastor alemán, puesto que los furtivos no aceptaban las denuncias de buen grado. El guarda no tenía horario y en verano trabajaba de noche, cuando más fechorías se cometían. El último fue Victoriano.

Resineros

Tradicionalmente ejercido en municipios del sur de la provincia, donde es más abundante el pino negral, este oficio llegó a Laguna de la mano de Sotero López, allá por los años setenta del pasado siglo. Las labores del resinero arrancaban en marzo y se prolongaban durante nueve meses, durante los cuales la miera que se recogía iba almacenándose en bidones. Aunque los pinares de Laguna no eran los más productivos -teníamos en torno a 1.700 pinos resineros- nuestra producción era de excelente calidad. Además de la resina, la cual se transportaba hasta Coca, también se obtenía la pez, un residuo resinoso que solía ser útil para el zapatero y el botero a la hora de impermeabilizar el calzado, e incluso para el propio cura a la hora de elaborar el incienso.