19 de abril de 2024
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‘Lluvia, sol, y guerra en Sebastopol’, por Javier Palomar

Javier Palomar

19 de mayo de 2022

Salió de casa la Madrileña a las voces de la panadera, que llegaba como cada mañana con su carro cargado de hogazas desde Zaratán. Había cogido las últimas monedas que le quedaban. Los jornales habían escaseado mucho en los últimos tiempos y en la casa ya no entraba dinero. En la abacería ya no le fiaban. Al entrar por el Puente Mayor, la panadera había tenido que pagar en el fielato la tasa de consumos, el nuevo tributo. Ahora se veía obligada a incrementar de nuevo el precio de las hogazas; un precio que no había parado de subir hasta duplicarse en los últimos tres años de cosechas escasas, de pedriscos en Tierra de Campos y ahora, decían, de guerras en tierras lejanas. El trigo era cada vez más escaso. El brote de cólera del año anterior, tras la grave pandemia del año treinta y tres, había agravado aún más la precariedad en la que vivían las familias jornaleras; y la última riada y desbordamiento de la Esgueva había venido a colmar sus desgracias. La Madrileña pidió su hogaza y le entregó los 13 cuartos de su coste. Pero la panadera le retuvo la pieza. Le indicó el nuevo precio sin soltar el pan. “¡Qué dices, desgraciada! ¿Quieres matar de hambre a mi familia?”. Porfiaron luchando por la hogaza; se tiraron de los pelos y, con el alboroto, empezaron a llegar más vecinas, preparándose gran tumulto, con un reguero de panes tirados por los adoquines. La rabia acumulada se desató esa mañana. Un puñado de mujeres desesperadas se dirigió al ayuntamiento encabezadas por la Madrileña. Por el camino se fueron uniendo más, a medida que se enteraban del nuevo precio del pan, la enésima subida, ya insoportable para las familias menesterosas de la ciudad. Asaltadas por la turba, las campanas del ayuntamiento tocaron a rebato. Empezaban a unirse muchos hombres también al grito de “más pan y menos Consumos”. Los fielatos ardían en plena refriega. Los comerciantes de granos, sabiendo que iban a por ellos, se escondían, o escapaban de la ciudad los que podían, después de ver asaltados y saqueados sus domicilios.

El ayuntamiento estaba prácticamente en quiebra desde que habían suprimido el impuesto de Consumos, y el general Espartero, el nuevo presidente tras el último pronunciamiento militar progresista, tratando de recuperar las haciendas municipales, hundía aún más en la miseria a las clases humildes. El tropel vecinal se iba engordando cada vez con más furibundos participantes. Se dirigieron a las dársenas del Canal de Castilla; allí se habían ido levantando las principales fábricas de harina de la próspera burguesía vallisoletana, que habían convertido a la capital en el centro harinero nacional. Los empresarios trigueros habían estado realizando pingües negocios exportando la harina a Inglaterra desde el inicio de la guerra de Crimea en 1853. El abastecimiento de las tropas británicas contendientes en la guerra incrementó notablemente sus necesidades de harina, y los almacenes de trigo y de las harineras castellanas se vaciaban a medida que acaparaban el trigo, enviándolo a la metrópoli inglesa.

La turba, exaltada, empezó a quemar almacenes y fábricas y, encontrando al gobernador, lo malhirieron y arrojaron al canal. Las protestas se extendieron por Medina de Rioseco y Palencia, con más quema de fábricas. Casi un millar de amotinados fueron detenidos, acusados de sedición. El motín del pan se terminó extendiendo por todo el país. Corría el mes de junio de 1856. La guerra había terminado hacía cuatro meses, pero el pan había seguido subiendo.

La guerra de Crimea, motivada por el expansionismo ruso, que trataron de frenar tropas francesas y británicas acudiendo en defensa del imperio turco, había acabado con el asedio y rendición de Sebastopol. Crimea, con Sebastopol, había sido codiciada por todos durante milenios. Colonia griega, provincia romana, reino godo, territorio bizantino, dominio turco, y antes de esta guerra, anexión de los zares rusos.

El fin del conflicto cortó las exportaciones momentáneamente. El pan había bajado. Pero era sólo un espejismo. Las regiones en guerra, exportadoras de trigo, se habían quedado sin cosechas. Los suministros de trigo ruso a países europeos eran ahora reemplazados, en parte, por el trigo castellano. Los harineros volvieron a la exportación anterior. El pan volvió a su escalada de precios. La burguesía harinera recuperó sus negocios más rentables, y el hartazgo y sufrimiento del pueblo dijo basta y estalló.

Los principales cabecillas de los motines del pan fueron condenados a muerte. Veintiún hombres fueron ejecutados por pelotones de fusilamiento; y a tres mujeres se les dio garrote vil. Otros muchos fueron encarcelados y dejados morir de hambre y enfermedades. La rebelión de los menesterosos supuso la caída del gobierno de Espartero, que preconizaba la bajada de impuestos, pero había hecho lo contrario para salvar las haciendas municipales.

Una triste conclusión nos dejaron los motines del hambre, que se incorporó al refranero castellano: “Lluvia, sol, y guerra en Sebastopol”, el desiderátum de los nuevos ricos. Es decir, buenas cosechas y precios desbocados; las condiciones óptimas para la especulación de la burguesía de la harina.

Pandemia, guerra, inflación, especulación empresarial… Nos movemos en la gran rueda del hámster; pasamos una y otra vez por los mismos escenarios. Cambia la escenografía; pero las tragedias son reales.

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