Fecha: 4 marzo, 2018

Fundada en 1835, la Hermandad de Santa Águeda rompió los esquemas de una sociedad regida por hombres, apoyando a las vecinas viudas y en situación de pobreza

Cada 5 de febrero llega a Laguna de Duero una festividad que sirvió para romper, en su día, los cánones de una sociedad regida únicamente por los hombres. Lo que algunos vecinos contemplan hoy en día como los vestigios de una tradición arcaica es, para las 32 integrantes de la Hermandad de Santa Águeda, una de las jornadas más importantes del año: el día en que las laguneras ‘toman el mando’ y rinden homenaje a su patrona, así como a todas las madres y abuelas que han sacado adelante, generación tras generación, a las familias de este pueblo.

Celebrada a lo largo y ancho de Castilla, la festividad de Santa Águeda cuenta con varios siglos de antigüedad, y tiene su mayor exponente en la fiesta de Zamarramala (Segovia), donde este año la artista Ana Belén ha recibido el título honorífico de Alcaldesa. Si la cantante hacía mención a la necesidad de una “igualdad real” entre hombres y mujeres, hace dos años era la percusionista lagunera Vanesa Muela quien recibía el reconocimiento ‘Ome bueno e leal’ del municipio segoviano, aprovechando el acto para condenar cualquier tipo de machismo. Laguna de Duero no podía quedarse fuera de una fiesta que ha sido especialmente representativa en el municipio desde 1835, año en que, con la fundación de la Hermandad y Cofradía de Santa Águeda, las laguneras daban un paso adelante en pos de la solidaridad entre mujeres.

En medio de una sociedad rural precaria y carente de cualquier amparo social que no fuera la propia familia, la muerte del cabeza de familia podía suponer, por entonces, una catástrofe para cualquier viuda de raíces humildes. Es por ello que, en aquellos años, un nutrido grupo de laguneras tuvo el atrevimiento de crear su propia asociación de apoyo mutuo. Lo hacían con sus propias reglas y en un momento en que ni siquiera gozaban de autonomía legal para constituir una sociedad, estando subordinadas a sus maridos. Tal y como cuenta Javier Palomar en ‘Laguna de Memoria’, “los maridos debieron entender como razonable la fundación de esa cofradía, o bien ellas tomaron el consentimiento por la fuerza”. Como recoge Palomar, la hermandad, compuesta exclusivamente por mujeres y vinculada a la Iglesia, socorría a sus integrantes en momentos de necesidad o si enviudaban. En caso de fallecimiento de alguna hermana, las cofrades se comprometían a escotar para enterrarla en caja si su familia no podía pagarla, y socorrían a sus huérfanos si estos eran pequeños.

Tal y como afirman Belén Vallelado, Maite Polo, Milagros Arqueros y Angelines Hidalgo -actuales integrantes de la hermandad- la cofradía sigue presidida por una mayordoma y varias mullidoras, alternando el nombramiento cada año. Los cabildos, que se celebran actualmente cada domingo siguiente al de Reyes, dan pie a estos nombramientos, y aunque en sus inicios consistían en una merienda en la cocina de la casa de la mayordoma, hoy en día se llevan a cabo en la Peña El Fregao ante la multitud de asistentes. Todas estas reuniones tienen carácter obligatorio, mientras que el ingreso de una nueva hermana a la cofradía continúa teniendo un carácter restringido, siendo requisito indispensable ser mujer casada, y es el propio cabildo el que delibera sobre la admisión de las nuevas peticionarias.

“Quienes estamos aquí lo hemos vivido desde siempre, de madres a hijas”, afirman las hermanas, quienes destacan que “los estatutos son sagrados y los seguimos cumpliendo a rajatabla”. Es común que las hijas sigan el camino de sus madres entrando en la cofradía, aunque en los últimos años esta dinámica está cambiando. “A pesar de todo, no queremos ser más de cuarenta”, afirman. Aunque con la llegada de los Servicios Sociales el socorro mutuo dejó de tener sentido, el espíritu solidario sigue estando presente entre las Águedas, que organizan donaciones para entidades como Cáritas o AFALA y se siguen reuniendo cada 6 de febrero para honrar la memoria de las hermanas difuntas, por quienes encienden sus cirios. A la celebración tradicional del 5 de febrero se han añadido algunas modificaciones, como una degustación de sopas de ajo, si bien mantienen incluso la tradición de pedir la voluntad en las calles, en este caso por mero simbolismo.

A pesar de que este año no han podido tañer las campanas ni sacar el paso de la Virgen al encontrarse en obras la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, las hermanas han paseado su estandarte y sus vistosos trajes al son de la dulzaina, con el sentimiento de siempre y un orgullo capaz de enterrar hasta el peor frío de febrero.