Fecha: 10 abril, 2014
El lago fue, desde el medievo, una gran fuente económica gracias a su sal. Ya en el siglo XX se pensó en desecarlo debido a las crecidas, lo cual se llevó a cabo finalmente en 1972
Existen muchas referencias históricas sobre el enorme lago que dio nombre a nuestro municipio, pero lo cierto es que su existencia solo es un vago recuerdo para la mayoría de los vecinos. Se tiene conocimiento del mismo desde el siglo XI, y desde entonces su sal se extraía para curtir pieles, siendo esta actividad una clave económica de la época.
Tanto es así que, en el siglo XVIII, las salinas pasaron a formar parte de la Corona. Ya en el siglo XX, sin tener la conciencia ecológica de la que gozamos actualmente, se pusieron en marcha varios planes para desecar el lago ante la falta de uso del mismo y las crecidas que tantos perjucios causaba a los laguneros. Por entonces, el lago atesoraba una inmensa cantidad de especies, sobre todo de aves, muchas de las cuales usaban su entorno para hacer escala durante sus largas marchas migratorias estacionales.
Buena cuenta de ello dio el famoso biólogo vallisoletano José Antonio Valverde, gran estudioso de las aves y conocido por ser el impulsor del Parque Natural del Guadalquivir, Doñana, el cual defendió a ultranza, logrando su pervivencia. De este naturalista se conservan numerosos cuadernos de campo que rellenó, durante los años 50, gracias a sus visitas a Laguna de Duero, donde estudió la presencia de cientos de especies de aves. Tal era la vida natural que aquí existía que, años más tarde, el también biólogo vallisoletano Alfonso Balmori afirmaba que “si el lago existiera en la actualidad, estaría protegido por su riqueza biológica como uno de los principales humedales de la región”.
Sin embargo, la historia echó tierra sobre las antiguas salinas, y tras un intento de desecación en 1916 el Consistorio sacó a subasta pública los terrenos, lo cual derivó en la posterior desecación del 17 de mayo de 1972. Tras la misma, se comenzó a construir en 1977 la urbanización de Torrelago y todas las zonas anexas. A partir de 1980 se urbanizó, con un paseo, el entorno del lago, adecentando el terreno y dando lugar a la actual zona recreativa, con parques, campos de fútbol y zonas verdes.
A pesar de la desecación, aún existen dos manantiales de agua salada y uno de agua dulce. La ampliación del casco urbano siguió, en los años posteriores, por la zona oeste, uniendo definitivamente el pueblo con el barrio de Prado Boyal, y transformando de una vez por todas unos parajes agrestes y llenos de arenales en las calles peatonales y edificios con los que cuenta ahora la villa. La llegada de cientos de familias, que se incorporaban a trabajar en la FASA o en empresas de Valladolid, propició unos cambios que dieron una vuelta de 180 grados al núcleo rural de antaño.