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Juan de Zumárraga y Andrés de Olmos, los frailes de El Abrojo que hicieron historia en el Nuevo Mundo

Retrospectiva

24 de marzo de 2022

Los dos franciscanos llegaron a México desde la aldea de Laguna con la labor de evangelizar y destacaron por su labor como protectores de los indígenas y sus lenguas

No es un secreto que el monasterio de Scala Coeli, mejor conocido como El Abrojo, fue uno de los lugares más importantes para la Orden de los Franciscanos en Valladolid durante los últimos siglos de la Edad Media. La figura más importante que alguna vez habitó este cenobio fue San Pedro Regalado. Sin embargo, muchos otros frailes consiguieron hazañas que, si bien no han trascendido de la misma manera, tuvieron una gran importancia histórica.

Dos de ellos fueron Juan de Zumárraga y Andrés de Olmos. Pese a que les separaba una diferencia de casi 20 años, sus vidas se cruzaron por primera vez en el monasterio de El Abrojo. Ambos formaron parte de esta comunidad aproximadamente un siglo después de que San Pedro Regalado fuera nombrado prelado de Scala Coeli. La pareja destacó por su ayuda a los pobres y su empeño como miembros de la Inquisición siguiendo las directrices del emperador Carlos I. Esta ayuda a la corona les impulsó a ser los elegidos para viajar a la metrópoli del imperio en América.

La predilección del monarca, sobre todo por Zumárraga, hizo que ambos monjes fueran los primeros misioneros de la zona en llegar a México. Pese a que la historia de estos dos frailes no es muy conocida en España, son numerosos los monumentos y lugares mexicanos que han adoptado el nombre de ambos en honor a sus labores, pues fueron un pilar esencial en la protección de los indígenas y la conservación de su cultura.

Juan de Zumárraga

Según datan algunos historiadores, Juan de Zumárraga nació hacia 1468 en Durango. Durante su juventud pasó por el Convento guipuzcoano de Aránzazu, incorporándose después a la provincia franciscana de la Concepción. A principios de la década de 1520, se convirtió en el superior de El Abrojo. Este sitio contaba con el agrado de la corona y distintos nobles, pues apenas un siglo antes había sido habitado por San Pedro Regalado. En el mismo recinto también se encontraba el pabellón del Bosque Real, zona de descanso de los monarcas de la época.

En 1527, el emperador Carlos I asistió a El Abrojo para los oficios de Semana Santa y obsequió con importantes donativos a los franciscanos de Scala Coeli para su subsistencia. Zumárraga, siguiendo con los principios de la Orden de Frailes Menores, distribuyó esta donación entre los pobres de la

zona. Ante esta actitud y la ventaja de que Zumárraga hablaba euskera, Carlos I decidió designar al superior de El Abrojo como miembro de la Inquisición y Visitador de Navarra para “castigar a las brujas que en Vizcaya se levantaban”. A esta campaña se unió Francisco Andrés de Olmos y ambos actuaron contra las “herejías” en su tierra natal.

Estas campañas causaron buena impresión a Carlos I. Por ello, el emperador propuso a la Santa Sede a Zumárraga como obispo de México y, sin respuesta del Papa, lo destinó hacia la Nueva España recién conquistada. Con aproximadamente 60 años, el franciscano fue nombrado Protector de los indios y llegó en 1528 a México. En este viaje le acompañó su mano derecha, Andrés de Olmos.

A su llegada a América, los enemigos de Zumárraga fueron precisamente sus compatriotas peninsulares. Por un lado, se encontró con la Orden de los Jerónimos, conocidos por su crueldad con los indígenas. Además, se tuvo que enfrentar a los comendadores, amigos de la monarquía española que se quedaron con tierra de los indios y además los esclavizaron. Tras diversos enfrentamientos y acusaciones mutuas por el maltrato a los indígenas, Zumárraga y otros frailes se pusieron en contacto con el emperador Carlos I para exponer los diferentes problemas a los que se enfrentaban y pedir una ley que aboliera la esclavitud. Así, el monarca le dio la orden al fraile vizcaíno para regresar a la península ibérica en 1532.

En su vuelta a la capital del imperio, Juan de Zumárraga fue consagrado en el desaparecido convento de San Francisco de Valladolid. Después de algo menos de dos años, el vizcaíno regresó a México como obispo consagrado pero desposeído del cargo de Protector de los Indios. Durante su vuelta, el obispo de México llevó a cabo los bautismos colectivos de diferentes indios y también sería nombrado inquisidor apostólico.

Aunque ya había actuado como inquisidor en la península, aceptó a regañadientes este cargo en ultramar y ejerció durante muy poco tiempo. El rechazo se debió a que las actuaciones de los inquisidores dominicos contra los indígenas no eran propias de los franciscanos, quienes se distinguían por actuar con bondad y ecuanimidad ante los más necesitados.

El fraile realizó importantes obras en la capital azteca. Una de las más populares fue la solicitud en 1533 al Consejo de Indias para construir una imprenta y un molino de papel en la ciudad. Así, en 1539 se crea la primera imprenta del continente americano. Del mismo modo, fundó el Convento de San Francisco, que contó con la primera biblioteca del continente. Durante esta época colaboró en la construcción del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco con el fin de formar a la población. En sus últimos años inició las gestiones para crear la Real y Pontifica Universidad de México. El mayor reconocimiento que recibió fue precisamente el nombramiento de arzobispo de México en 1548. Pero desgraciadamente, cuando la bula llegó a la ciudad, el arzobispo español ya había fallecido.

Andrés de Olmos

Andrés de Olmos nació en Oña (Burgos) en la última década del siglo XV. Al fallecer sus padres prematuramente, pasó su niñez con una hermana en la localidad vallisoletana de Olmos, de la que toma su apellido toponímico. Se conoce que dedicó su juventud a estudiar lo que hoy se conoce como derecho eclesiástico y derecho civil. Con cerca de veinte años ingresó en la Orden Franciscana de Valladolid.
Esta incorporación le permitió conocer a Fray Juan de Zumárraga, en aquel entonces ya superior del convento lagunero. Tras su unión para “castigar a las brujas de Vizcaya”, estos dos frailes se embarcaron hacia tierras aztecas en 1528. Después de llegar a México, ambos monjes se vieron obligados a seguir caminos diferentes.
El interés de Zumárraga por la cultura indígena hizo que animara a Andrés de Olmos a investigar sobre lenguas, cultura y antigüedades autóctonas. Estas recomendaciones hicieron que Olmos se convirtiera en el gran experto de los originarios dialectos locales.

El joven burgalés realizó un constante viaje como misionero por todo el territorio. A lo largo de su estancia se dedicó a fundar colegios y a colonizar y evangelizar varias zonas del país. Su herramienta indispensable fue el conocimiento de las lenguas indígenas, mediante las que fue capaz de evangelizar en un habla conocida por los nativos de cada zona.

Finalmente, pasó sus últimos años estudiando idiomas como el náhuatl, el totonaco o el huasteco y escribió decenas de libros que le convirtieron en el “mejor conocedor de los idiomas indígenas novohispanos contemporáneos”. Este misionero, etnógrafo y políglota indigenista falleció en 1571 en Tampico, donde descansan sus restos.

Como misionero, labor a la que dedicó 43 años de su vida, firmó una carta colectiva de todos los franciscanos contra la práctica de esclavizar a los indios. De él se dice que fue “uno de los muy perfectos religiosos de Nueva España”, ya que en su labor evangelizadora recorrió las tierras más ásperas y necesitadas a pie y a costa de trabajos con temperaturas totalmente contrarias a lo que él había vivido en las frías tierras castellanas.

En la fotografía, retrato de Juan de Zumárraga ubicado en Chapultepec, Ciudad de México.

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