Fecha: 17 septiembre, 2018

Jesús Villacé, párroco de Laguna, ha recibido recientemente el título honorífico de ciudadano de Jequié (Brasil) por su labor en la lucha contra las desigualdades como misionero

Conocido por todos como el párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción -donde ejerce desde hace ya 21 años-, no muchos vecinos conocen la historia que existe detrás de la vida Jesús Villacé de Castro. O, al menos, la intensa labor que llevó a cabo, durante sus años más jóvenes, como misionero, en una atmósfera tan difícil como el entorno rural de Brasil durante los años de la cruenta dictadura militar.

Corría el año 1973 cuando Villacé se embarcó en una aventura que le llevaría a trabajar, durante 25 años, en una de las barriadas más humildes de Jequié, una ciudad de unos 160.000 habitantes, donde pronto se dio cuenta de la pobreza extrema que acuciaba a los agricultores de la región. “Al llegar ví que la situación era muy difícil, los militares perseguían todo aquello que pudiera suponer organización del pueblo o concienciación social, pero Dios no quiere que sus hijos vivan de esta manera, así que decidimos encauzar nuestro trabajo de evangelización a través de las mejoras sociales”, narra Villacé. Según el párroco, el barrio “se estaba formando por personas que huían de la hambruna de las zonas rurales, donde el clima apenas les permitía salvar las cosechas de yuca o fréjol y los niños se veían obligados a trabajar desde muy temprana edad”.

“En torno a la parroquia se organizó la vida del barrio. Cada domingo trabajábamos construyendo hasta trece centros comunitarios, y poco a poco la gente fue adquiriendo una conciencia crítica”, señala Villacé, quien insiste en que “toda esta organización fue clandestina, a la sombra de la Iglesia”. Con el objetivo de solucionar la problemática social -no disponían de agua, limpieza pública o escuelas- se fueron organizando y llegaron a construir una guardería.

“Aún siendo pobres y marginados, unidos tenían mucha fuerza”, señala Villacé, destacando que incluso el barrio llegó a tener voz en la Cámara de la ciudad con dos concejales, logrando avances en materia de educación. “Por entonces los profesores eran contratados año a año por el político de turno, en base a su docilidad, pero gracias a nuestro trabajo conseguimos poner en marcha un sistema de oposiciones y fomentar la construcción de escuelas en zonas rurales”, celebra el párroco.

Por supuesto, las autoridades militares no vivían ajenas al despertar de este barrio, y por ello Jesús Villacé llegó a ser incluso ‘visitado’ en tres o cuatro ocasiones por el coronel al mando de la zona, quien le “presionaba para cesar la actividad”. “Los caciques económicos y políticos perseguían este tipo de prácticas, a mí me denominaban el padre comunista, el padre rojo”, bromea Villacé, quien hace hincapié en que “por entonces en latinoamérica bullían las dictaduras, siendo el corral de Estados Unidos, y todo lo que olía a organización del pueblo era tachado de comunismo”. Villacé se siente identificado con el Papa Francisco, quien considera que “vivió esta misma realidad en Argentina, lo cual le lleva hoy en día a tener esas ideas y esa línea de trabajo”.

Según el párroco, la Iglesia “tuvo una importancia muy grande durante estos años a la hora de crear movimientos populares para minar poder a los militares hasta la transición, cuando vieron que esta situación era insostenible”. “De hecho, realizamos muchas propuestas populares para la creación de la Constitución”, afirma.

A día de hoy, Villacé continúa viajando a Jequié cada dos años, a fin de visitar a sus antiguos compañeros y seguir de cerca la labor que dejó en su día. Durante su última visita ha recibido el título honorífico de ciudadano de la ciudad por este gran trabajo realizado. Lo hizo en la Cámara de Vereadores de Jequié, en un emotivo acto en compañía de quienes lucharon, codo con codo, en su día, contra las desigualdades de la época. “Es toda una satisfacción”, afirma Villacé, quien recuerda nostálgico los “cinco años que llevó edificar la primera guardería, erigida con la ayuda de voluntarios pobres que apenas tenían para alimentarse”.

Villacé, quien recibió un diploma en reconocimiento del esfuerzo en materia de evangelización y de formación a nivel social, considera que la ciudad ha cambiado mucho en los últimos años. “En un tiempo se vivió como algo esperanzador, sabían que podían influir en el rumbo de la vida de la ciudad, pero hoy en día la gente está más dispersa y la causa se ha diluido. Parece que están más manipulados y no tienen ocasión de pararse a reflexionar como antes”.

En un país con tanto contraste entre ricos y pobres, para Villacé, en su día, fue incomprensible que, “para un siervo de Dios, sus hijos pudieran vivir de aquella manera”. “Tan solo hicimos que se dieran cuenta del poder que tenían, que no tenían que mendigar nada”, afirma, insistiendo en que “lo mínimo es una vida digna para todas las personas”. “Todo lo que fuera abrir los ojos al pueblo y ayudarles a que levantasen la cabeza era perseguido y amenazado, pero conseguimos dar grandes pasos”, concluye con optimismo.