Fecha: 13 marzo, 2018
Tras formarse en Salamanca, Cádiz, Vigo o Costa Rica, la bióloga Marta Pérez se lanzó a las antípodas gracias a un contrato predoctoral que le ha llevado a investigar las especies marinas de Nueva Zelanda. Allí, además de disfrutar de un paraje completamente virgen, estudia una especie de cangrejo depredador con el objetivo de enriquecer una tesis que la convierta en doctora.
Su pasión por los animales y su respeto por la naturaleza comenzó desde su infancia, y se vio reforzada durante sus años en el Grupo Scout Laguna. Tras licenciarse en Biología en Salamanca se enamoró del mar gracias a una experiencia buceando en las aguas de Menorca. Desde entonces, Marta Pérez Miguel no ha dejado de crecer como bióloga marina. Después de desarrollar sendas tesis en Vigo y Cádiz -la última de ellas relacionada con el CSIC- y de colaborar con la Universidad de Costa Rica -donde incluso descubrió una especie inédita de cangrejo- la investigadora lagunera puso rumbo a Nueva Zelanda.
¿Cómo lograste esta oportunidad de trabajar en las antípodas?
Hace dos años obtuve un contrato predoctoral del Ministerio de Economía y Competitividad. No fue nada sencillo, llevaba años intentándolo y lo logré gracias a mis artículos científicos. El objetivo de mi proyecto es estudiar unos pequeños cangrejos guisante que parasitan a moluscos como mejillones o berberechos. Estos vienen de África y debido al aumento de temperatura de nuestros océanos han llegado a Europa. Es un proyecto muy interesante cuya tesis espero poder defender a finales de este año para convertirme en Doctora.
¿Por qué precisamente Nueva Zelanda?
En Ciencia es muy recomendable conocer cómo se trabaja en otros laboratorios. Ya había leido trabajos sobre el impacto de los pinnotéridos -cangrejos guisante- sobre el cultivo de mejillón verde en este país, donde provocan pérdidas económicas de tres millones de dólares anuales. Recibí una invitación para trabajar con la University of Auckland, donde no somos muchos quienes nos dedicamos a esto. Voy a estar aquí tres meses y medio, aunque hay trabajo para mucho más tiempo.
¿Cómo es tu día a día y cómo fue tu acogida allí?
Me dedico a estudiar las poblaciones naturales de mejillón para saber cómo y cuánto les afecta el cangrejo que lo parasita. Al final lo más interesante son las cosas que estoy descubriendo por el camino, y que hasta que no se publiquen no puedo dar a conocer. Mi objetivo es aprender nuevas técnicas y lograr fluidez con el idioma.
Mi día a día es bastante tranquilo, vivo en la reserva marina de Goat Island, a una hora de coche del supermercado más cercano, aunque tengo todo lo que necesito. Las vistas desde el laboratorio son inmejorables y que aquí sea verano ayuda bastante. Cuando tenemos tiempo libre nos solemos juntar para hacer snorkel. Al ser una reserva marina estricta, la biodiversidad es muy grande y los tamaños de los animales también. Normalmente vemos dos tipos de rayas y un montón de snappers de hasta medio metro. En los días sin olas usamos los paddles y kayacks que hay en el centro y en cuanto se ven olas nos vamos a Surfear a Pakiri Beach.
¿Ha sido difícil la adaptación tras tu llegada?
Los primeros días fueron complicados. Los ‘kiwis’ -como se llama cariñosamente a los neozelandeses- no hablan inglés: eso es maorí cerrado, aunque con paciencia logré pillar su acento. En el supermercado las primeras compras se convierten en retos: terminas comiendo cosas extrañas que no eran lo que pensabas. Los semáforos son otra cosa difícil de entender. Algo que me han preguntado es si gira el agua al lado contrario que en el hemisferio norte, y puedo afirmar que sí. Pese a todo mi adaptación ha sido estupenda.
¿Qué diferencias has encontrado en la vida allí?
Como sociedad los kiwis nos llevan ventaja. Son muy respetuosos y educados y adoran la naturaleza. Un ejemplo son los ‘honesty box’, puestecitos en la carretera donde la gente paga los productos que coge y se va. La gente pasa mucho tiempo descalza y los edificios son autosostenibles: usan incluso agua de lluvia para beber y se autoabastecen de energía solar. El 84% de la energía del país proviene de renovables, estando en el segundo puesto a nivel mundial en este sentido. Cuidan tanto su entorno porque su tiempo libre lo disfrutan en la naturaleza, siempre en paisajes espectaculares.
En el plano económico la vida diaria es más cara que en España, donde la vida social y nocturna siempre será única. A nivel político fue el primer país en otorgar el voto a las mujeres en 1893, y en 2005 fue el primer país en el que todos los altos cargos del gobierno eran mujeres. Les entusiasman sus ideas progresistas y las políticas sociales y ambientales: sin duda están a otro nivel. El enorme peso que tienen las mujeres es herencia de la tradición maorí, donde hombres y mujeres eran valorados de la misma forma. Esta comunidad está totalmente integrada y sus derechos garantizados.
¿Has tenido experiencias chocantes como bióloga?
He podido ver cosas extrañas como unas larvas con bioluminiscencia que viven en cuevas, donde sus millones de lucecitas forman una especie de inmenso cielo estrellado. También me sorprendió nadar con rayas o toparme con delfines. Hace unas semanas tuve una experiencia aterradora al encontrarme un tiburón bronce con el paddle surf. Comprobé que puedo remar muy rápido cuando tengo miedo (ríe).
¿Qué ventajas existen allí en cuanto a tu sector?
En España es complicado desarrollarse como investigador: hace tiempo que veo prácticamente imposible trabajar en alguno de los organismos públicos, aunque no dejaré de intentarlo. La crisis ha traido el bloqueo de puestos de trabajo y la reducción de presupuestos. Veo poca solución a este problema mientras no exista inversión en I+D+i y desaparezca el empleo precario. Contamos con grandes investigadores pero no existe apoyo económico. Aquí en cambio hay una inversión fuerte en investigación y esto se nota en la calidad científica.
¿Qué proyectos tienes a corto plazo?
De momento, defender mi tesis doctoral, y después tengo otro año de contrato postdoctoral en el CSIC. Posteriormente, y aunque existen otras posibilidades, veo como opción trabajar en Nueva Zelanda: es el segundo país más seguro del mundo, su educación y sanidad públicas son un ejemplo y es increíblemente bonito, feminista, ecologista y autosostenible. Es un país único cuyo único hándicap es que está a 35 horas de vuelo, pero es el sacrificio que hay que pagar por vivir aquí. Evidentemente echo de menos a mi gente, a mi familia y a mi sobrino. La mayoría de mis amigas son laguneras por el mundo y es en Navidad cuando volvemos al pueblo, así que estas fechas han sido difíciles. Se extraña lo cotidiano, pasarte por el Bar Leño donde siempre hay algún amigo, el entorno, las cañitas y los pinchos… al final esas son las cosas que te hacen volver.