18 de abril de 2024
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‘Carestía’, por Javier Palomar

Javier Palomar

22 de septiembre de 2022

En el siglo XV, un obrero ganaba 16 maravedís de jornal. Con ese salario acudía la mujer del jornalero a la abacería de la aldea y compraba una libra de carne de oveja, medio azumbre de vino y una hogaza de pan; y ahí se acababa el saldo disponible. La familia hacía una comida al día; robaban un poco de leña en el monte para encender el fuego y aprovechaban el sebo de la carne guisada el día anterior para nutrir las sopas de pan duro. En el siglo XVI, ya ganaban los jornaleros 30 maravedís diarios. La mujer acudía a la tienda y, sin embargo, seguía comprando lo mismo; no sobraba nada. El mismo panorama en el siglo XVIII, a pesar de duplicar el salario, ganando 60 maravedís. La historia nos dice que el obrero no ha hecho otra cosa que correr detrás de los precios sin alcanzarlos nunca. Así que, cuando llegaba una crisis, una crisis de verdad, bien por sequías contumaces que esquilmaban las cosechas, o riadas que tiraban los puentes, o incluso por guerras que hacían otros, entraban en acción los especuladores, que habían ido almacenado trigo esperando el momento oportuno; entonces, lo sacaban de los pósitos y paneras y los llevaban a las ciudades, y sólo tenían que esperar y ver como subía el precio, día a día, a medida que la escasez se hacía más acuciante. Y era entonces cuando la desesperación de las madres, viendo el hambre de sus hijos, se armaban de palos y otros utensilios contundentes y se dirigían a los pósitos de trigo, los asaltaban y volcaban los carros cargados de los especuladores cuando intentaban salir rumbo a tierras que pagaban bien. Esto fue una constante en la historia de los jornaleros castellanos, que pagaron a veces con sus vidas y habitualmente con penas de cárcel.

Hoy, las crisis son otras. Crisis de salón, que nos incomodan, rozando apenas nuestro espacio de confort. Me refiero, claro, a las últimamente denominadas clases medias trabajadoras, salvando por supuesto las excepciones, que habrá. Con las carestías que hoy vivimos, hablamos de recortar nuestras vacaciones; de reducir alguna hora el aire acondicionado; de restringir en parte las salidas a comer fuera; incluso de comprar la fruta por piezas en vez de al peso. Pero nuestro carro de la compra hoy sigue componiéndose de un variopinto elenco de productos sofisticados: leche desnatada sin lactosa, yogures con probióticos, pan integral bajo en sal, jamón sin colesterol; chocolate con cero azúcares añadidos, cerveza 00, galletas sin gluten, ricas en fibra… Obsesionados con nuestra flora intestinal, la carne de oveja que comían nuestros bisabuelos es sólo una anécdota simpática, y no alivia en absoluto nuestro sufrimiento actual pensado en recortar cualquier elemento de nuestro confort diario, a pesar de constatar las estadísticas oficiales que tiramos más comida que nunca (pónganse aquí a los millennials) con la que cada hogar alimentaría a varias familias jornaleras de las de antaño sin que tuvieran que salir a buscarse el jornal.

La alarmante escalada de precios actual viene mitigada levemente con algunas interesadas medidas del gobierno que, gastándose lo que no tiene, estimula el uso del coche con sus 20 céntimos; o premia a los jóvenes que estrenan sus dieciocho años con un bono cultural de dinero para jugar a adictivos videojuegos, a costa de endeudarse más cada día que pasa, mientras cumple religiosamente con los más de 30.000 millones de euros que cada año tiene que pagar sólo en intereses de lo que pide prestado; mucho más que lo que se gasta en prestaciones por desempleo. Lejos quedan las crisis de subsistencia. Cierto es que todos los días salen en los telediarios personas que dicen que no llegan a fin de mes; pero en la noticia siguiente nos muestran las carreteras colapsadas de vehículos con familias que escapan a sus alojamientos turísticos, que dicen que este verano están con una ocupación completa, al tiempo que pasan imágenes de playas a reventar o estaciones y aeropuertos abarrotados. Mientras, los programas vacacionales del Imserso calientan motores y se pronostica un año pletórico. Es posible que haya una parte de la ciudadanía que lo esté pasando verdaderamente mal. Para los demás, hagan sus ajustes, recorten un poco sus gastos y dejen de quejarse; todavía no nos han echado de nuestro espacio de confort. Cuando llegue ese momento, lo sabremos, sin que nos lo diga el telediario. Será fácil saberlo: cuando empecemos a plantearnos darnos de baja en la plataforma digital del futbol y las series de éxito de la temporada. Ahí, de verdad, la cosa estará empezado a ponerse jodida.

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