Fecha: 1 diciembre, 2015
La construcción del canal y la acequia reconvirtió el cultivo tradicional en el de huerta, cuyos productos se popularizaron en la capital por su gran calidad
Laguna de Duero ha sido siempre un pueblo privilegiado por la abundancia de aguas que surcan sus tierras. Además del río Duero y el lago, las numerosas fuentes y pozos han surtido durante siglos sus eras. Históricamente la agricultura se dividía en cultivos de secano y viñedos, siendo la base de la economía agraria el centeno y el vino. Este, de hecho, fue, según los archivos de la época, “de exquisita calidad y gusto”, comparable al de zonas como la de Rueda.
Los primeros productos hortícolas comenzaron a sembrarse en la aldea lagunera sencillamente para recuperar y revitalizar las tierras de cereal. Por vieja tradición, los grandes propietarios cedían sus tierras en barbecho a los numerosos jornaleros, quienes se comprometían a sembrar melones, sandías o guisantes para beneficio de la tierra y, sea de paso, nutrir sus arcas con beneficios extra para pasar el invierno. Ya en 1771 un total de 63 familias se dedicaban a este tipo de cultivos, que si bien eran catalogados “de pobres”, se consolidaron en el siglo XIX ganando peso en la provincia.
Al llegar el siglo XX la agricultura tradicional lagunera se reconvertiría definitivamente. El viñedo, que estaba en las tierras de todos los jornaleros -en 1832 se había logrado la mayor cosecha de mosto de la historia- había enfermado. Una plaga de filoxera le dio la puntilla a gran parte de la cosecha. Ello, sumado a la construcción del Canal del Duero y la acequia en 1904, hizo que la agricultura se recondujese a los cultivos de huerta. La recién estrenada red de almorrones regaba ahora 800 nuevas hectáreas de frutas y hortalizas, en muchas de las cuales se arrancaron los viñedos.
Tras finalizar el Canal del Duero, la Sociedad Industrial Castellana firmó un acuerdo con el Ayuntamiento de Laguna para construir la acequia, que quedó terminada en 1904 con 4.755 metros de longitud que recorrían de este a oeste el municipio. Esta se llevó a cabo con el objetivo de estimular la producción de remolacha, de la que se sembraron 60 Hectáreas, si bien fue superada con el tiempo por la producción de otras hortalizas como las judías, los guisantes o los melones.
Los 9 hortelanos que había en 1887 se convirtieron en 50, que formaban una caravana en la carretera cada mañana para dar salida a sus productos en la capital. Además de dedicarse a las labores del campo, los hortelanos madrugaban para conseguir un buen puesto en el mercado del Campillo y el Caño de Argales, donde la mitad de los verduleros eran laguneros. Algunos incluso llegaban a Palencia para dar salida a los melones cuando llegaba la época.
Desde abril hasta diciembre pasaban por el fielato del Arco de Ladrillo después de más de una hora de camino pagando el canon correspondiente para después pelear por los mejores puestos de venta. No tardaban mucho en vender gracias a la merecida fama de la que gozaban los productos. Mientras, las caballerías descansaban en posadas. Posteriormente aparecerían por Laguna los camiones cargueros, que pregonaban sus compras al por mayor. Así fue como la huerta lagunera se popularizó en Valladolid durante medio siglo hasta que la modernización tecnológica y las exigencias del mercado dieron el protagonismo a la patata y la calabaza.
Fuente: Laguna de Memoria. Javier Palomar de Río.