Fecha: 21 septiembre, 2017
Se cumplen cinco siglos del primer viaje al reino de Castilla del joven emperador, que pasó cuatro días en Laguna antes de ser coronado en Valladolid
Con la celebración del V Centenario de la llegada de Carlos V al Reino de Castilla, numerosos municipios rinden homenaje este 2017 con motivo de un hecho histórico de gran importancia. El hombre más poderoso del mundo en su momento y señor de un imperio donde no se ponía el sol visitaba por primera vez, con apenas 17 años de edad, las tierras de las que debía tomar posesión a través de la corona de Castilla. Pese a que la aldea de Laguna de Duero no forma parte de las crónicas históricas de este primer viaje imperial, es conocido que durante su primera estancia el joven Carlos V pasó cuatro días en los confines de nuestro municipio, alojado en el monasterio franciscano de El Abrojo, donde volvería en varias ocasiones a lo largo de su vida.
Procedente de Flandes, el Emperador, junto con su tropa, había zarpado hacia Castilla el 8 de septiembre de 1517 con un objetivo político claro: ser proclamado rey legítimo por los diferentes reinos de España, asegurar la incapacidad de gobierno de su madre -Juana I de Castilla, que permanecía encerrada en Tordesillas- y doblegar la oposición de quienes no deseaban que los reinos de Castilla y Aragón no cayesen en manos e influencia de los flamencos.Tras desembarcar en el puerto asturiano de Villaviciosa, Carlos V trazó una ruta por las actuales Cantabria y Palencia, con el objetivo de llegar a Tordesillas.
Allí, y tras asegurarse de que su madre no se opondría a sus pretensiones de ser proclamado rey, el entonces príncipe partió hacia Mojados, donde se encontraría con su hermano pequeño, el infante Fernando, que contaba entonces con 14 años de edad. Este -que más tarde sería apartado de cualquier pretensión sobre los territorios españoles- no tuvo más remedio que reconocer a su hermano como legítimo heredero de la corona de Castilla. Precisamente en Mojados Carlos V preparó las Cortes que habrían de celebrarse días después a su llegada a Valladolid, donde iba a producirse la tan ansiada coronación.
Fue camino de la capital cuando un 14 de noviembre el entonces príncipe llegó, por primera vez, al monasterio de El Abrojo, un lugar que había sido fundado y venerado en vida por su abuela, la reina Isabel de Castilla. Allí, a orillas del Duero, permanecería cuatro días alojado en la Casa Real que allí disponían los reyes castellanos -que actualmente se encuentra en un estado bastante dañado dentro de la urbanización El Bosque Real- hasta que su recibimiento estuvo bien preparado en Valladolid.
La visita pone de manifiesto la predilección que tenían los monarcas del momento por la orden franciscana. Cuentan las crónicas del momento que el príncipe llegó a El Abrojo con unos 2.000 caballos, y como el tiempo era hermoso “fue por el camino, con sus pájaros, cazando liebres”. A su paso se encontraría con 400 alabarderos de Castilla, vestidos de rojo, amarillo y blanco, que le aguardaban en un altozano para rendirle honores. Según los cronistas, el Marqués de Villena “salió al encuentro y, apeándose de una mula por ser viejo, saludó al Rey y le siguió después en su cabalgadura hasta el Real Monasterio”.
Durante su estancia en el lugar, y antes de su partida hacia Valladolid, Carlos concedió a su hermano Fernando el Toisón de oro, leyéndole las obligaciones y preeminencias que le eran correspondientes. Se trataba este de un collar de la insigne órden del Toisón de Oro, una orden de caballería -de las más antiguas y prestigiosas de Europa- fundada en 1429 por el duque de Borgoña y conde de Flandes, Felipe III de Borgoña.
Tras su marcha, una vez en Valladolid, y a pesar del relato complaciente y efusivo de la ceremonia de llegada, la historia recoge que muchos vecinos se negaron a hospedar a su séquito en señal de protesta, pues se conocía que se habían entregado cargos a extranjeros, cuando era costumbre que fueran para los naturales del reino. Su llegada ya comenzaba a levantar suspicacias –era un joven inexperto que se apoyaba en sus sus colabores borgoñones, a los que procuraba accesos a rentas y cargos, y desconocía la cultura y el idioma-, que terminarían con la revuelta de Villalar de los Comuneros.
A pesar de la perpetua movilidad del entonces nombrado Rey de Castilla -tenía que enfrentar numerosos conflictos en todos sus territorios, Carlos V regresaría al monasterio de El Abrojo en varias ocasiones, donde estuvo alojado, sin ir más lejos, durante la Semana Santa de 1527. Con su presencia, el monarca había convertido Valladolid en uno de los puntos del corazón de su vasto imperio. El soberano había logrado poseer más poder y territorios que ningún otro hombre en Europa desde la caída del Imperio Romano, con un total de 27 reinos, 13 ducados, 22 condados y 9 señoríos.